Un sueño
Un olor a tierra mojada y enmohecida me da la bienvenida al búnker. La oscuridad es casi total, pero un rayo de luz dorada se cuela por un orificio que no alcanzo a ubicar. El rayo ilumina una porción de los estantes que tapizan las paredes del lugar; alcanzo a ver pilas de libros en idiomas incomprensibles, muñecas viejas, sin ojos ni cabezas, trastes sucios y herramientas oxidadas. Me llega un olor a grasa industrial que me da náusea. Avanzo.
La siguiente puerta me lleva a una celda circular, el agua encharcada me congela los pies, agradezco la oscuridad porque sospecho, por el olor, que el agua no está limpia. Tropiezo con algo que imagino es un estante por su olor a madera vieja, el mueble se tambalea, toda la habitación tiembla y un montón de libros y revistas viejas cae sobre mí. Aúllo de dolor.
Adivino por la textura rugosa que los libros a mi alrededor son viejos y están descuidados, no tienen esa fragancia que tanto amo, por el contrario, tienen un tufo ácido que me asquea. Una línea de luz llega desde la primera habitación y con mucho esfuerzo alcanzo a ver letras de un idioma desconocido, incomprensible. Encuentro otra puerta, y otra, y otra y sospecho que son la misma puerta, el mismo espacio una y otra vez.
Intento escapar, pero tropiezo, me golpeo la cabeza, busco a gatas una salida, una clave, una puerta diferente.. No sé en qué momento me rasguñé la cara, pero si sé cuándo me corté las yemas de los dedos, es imposible olvidar el filo de las hojas de papel. No soporto la comezón, no soporto los pies helados, no soporto la oscuridad. Y el silencio, el silencio abrumador que no puedo romper, mí garganta dolorida se niega a producir sonidos.
Me obsesiono con la idea de encontrar una respuesta en los libros, me aferro al rayo de luz dorada y uno a uno examino los tomos viejos que huelen a vainilla podrida. Todos están escritos en idiomas desconocidos, en alfabetos indescifrables y no hay nadie más, y el silencio tiene materia y peso y es una fuerza muda que oprime y araña, como el filo de las hojas de papel en mi carne.
Con los hilitos de sangre que salen de mis dedos escribo en rojo brillante “ayuda” pero cuando termino de escribir me doy cuenta solo hice garabatos sin sentido. La desesperanza se apodera de mí, mi silencio es total, no hay palabras capaces de romperlo, ni símbolos que puedan describirlo. No hay nadie que escuche mis balbuceos, que seque mis lágrimas.
Mi vida ahora consiste en cada día tratar de descifrar estos libros incomprensibles para encontrar respuestas, qué más da si no la encuentro hoy o mañana, tengo todo el tiempo del mundo. Cuando la desesperación me atrapa lleno las paredes con letreros que en realidad son garabatos que no dicen lo que quiero, porque lo que quiero es salir de aquí, pedir ayuda. Escribir una plegaria que logre terminar con esta tortura.
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