Calaveras sin diablitos
Este fin de semana, por razones de las que no quiero acordarme como diría Don Quijote, terminé solita en Aguascalientes visitando el XV Festival de Calaveras. Aguascalientes es famosa por su feria de San Marcos, sin embargo, este festejo de muertos me pareció más íntimo y pintoresco. Las festividades comenzaron el viernes 31 y terminaron con el desfile de calaveras el 2 de noviembre pero desafortunadamente ya no pude estar en el desfile porque tenía que regresar a trabajar el martes ¡ni modo!
Llegué el domingo en la tarde, y lo primero que hice fue acudir a la oficina de turismo por mi mapita y a investigar que actividades podía alcanzar. Obras de teatro, ofrendas, música… ¡todo ya se había acabado! y había que esperar un buen rato a que empezaran nuevos eventos así que decidí lanzarme a la aventura y apuntarme para un recorrido al pueblo mágico de Asientos, un pueblo minero de los más antiguos del país.
Cuando llegaron los autobuses al punto de encuentro, ya había como 500 personas esperando “esto se va a poner bueno” pensé, pero para mi sorpresa y decepción todos todos iban a ver al Cristo Roto (del que yo jamás en mi vida había oído hablar) y solo 2 íbamos para Asientos, así que o nos quedábamos o nos resignábamos a que los únicos asientos que veríamos eran los del autobús para el Cristo Roto, y ni modo, partimos hacía el Cristo Roto en el H. pueblo de Sn. José de Gracia.
En el camino conocí a Vicky y a Lupita, dos hidrocálidas buena onda que en cuanto me vieron me adoptaron y no dejaron que me perdiera, es curioso, las mujeres siempre se preocupan si ven a alguien necesitado (y yo lo estaba) siempre se detienen a ayudar, pero si son pobres, siempre terminan lastimadas por eso mismo. Vicky y Lupita son dos mujeres como la gran mayoría del país: empleadas de sueldo mínimo, madres solteras y esposas abandonadas que creen contra toda lógica que dios va a hacer que un día todo cambie para bien y por eso van a rendir tributo al Cristo Roto, y yo fui con ellas. Después de 1 hora de camino llegamos a Sn. José, un pueblito en la sierra donde recientemente se construyo una presa y una réplica del Cristo Roto de Sevilla, España (Cuando se construyó la presa el pueblo tuvo que cambiar su ubicación y como agradecimiento a su sacrificio el gobierno construyo el Cristo para el pueblo –¡mejor hubieran construido una escuela o dos!-)
Lo irónico de todo esto es yo soy atea, pero considerando mi situación, opté por ser atea de closet y terminé hincada y rezando bueno, fingiendo que rezaba porque a pesar de que alguna vez me enseñaron las oraciones católicas hace tanto que no las decía que casi las he olvidado por completo, y digo casi, porque la verdad es que de niña las tuve que repetir tantas veces que creo que nunca las olvidaré del todo.
El recorrido empezó en la iglesia del pueblo y visitamos varias ofrendas. Hicimos todo el ritual: bendecir las velas, rezar (en mi caso, dizque rezar), controlar un par de conatos de incendio, porque los conos de papel en los que venían las velas eran particularmente inflamables, recorrer varias ofrendas (que curiosamente siempre tenían su botellita de coca-cola) para luego ir a misa al embarcadero y cruzar la presa en lancha para visitar al Cristo roto. El padre de la iglesia bastante viejo ya, se veía enormemente fastidiado de la misma cosa año tras año y no le interesaba disimularlo, de hecho no hablaba como si estuviera dando misa, sino como si estuviera anunciado el número ganador de la lotería porque gritaba con acento chilango: “Saaaaaaaantaaaaaaaaa Maaaaaaaríiiiiiiiaaaaaaaaa” “Padreeeeee Nueeeeeeestroooooooooo”
Vicky, que es menudita y parece pirinola por lo rápido y circular de sus movimientos, nos traía a las carreras porque ella quería ser la primera en comprar su veladora e irse a la isla del Cristo Roto a dejar su veladora con la foto de su mamá. Empujaba todo lo que se le pusiera enfrente hombre, mujer o niño y el cura se salvo porque se alcanzó a quitar que si no, también sale golpeado. Lupita y yo decidimos tomarlo con más calma.
Al llegar al embarcadero un grupo de turistas estaban a punto de amotinarse porque llevaban 4 horas esperando que los llevaran a la isla y les salieron con que siempre no porque no hay luz y el Padre no quiere dar misa sin luz (yo me alegré en silencio porque la idea de seguir rezando no me atraía nada). Pero el problema no era solo ese, sino que para viajar en la lancha, se tenía que comprar una veladora torcida (como siempre, la iglesia y sus negocios), así que cuando gente amenazamos con que nos regresaran nuestro dinero, milagrosamente se soluciono todo y nos llevaron a la isla
En la isla no vimos nada, porque efectivamente no había luz y afortunadamente también, no hubo misa, solo el acto simbólico de soltar en la presa las veladoras con la foto de los seres queridos. Del famoso Cristo Roto, solo vi un pie, bueno, la verdad vi más pero como no había luz, lo vi todo borroso. Es una construcción gigantesca, que debió de haber costado millones (y con todo y eso ¡esta Roto!). Millones que pudieron haber sido mejor aprovechados en educación.
Vicky, como siempre se hizo paso a empellones para ser la primera en poner su veladora y mientras ellas damnificaba a cuanto turista se le ponía enfrente Lupita hizo lo que toda mujer mexicana que quiera considerarse digna del cielo haría: saco un foto de su marido macho, golpeador e infiel y se lo encomendó al Cristo para que lo ilumine y cambié. Solo suspire y la ayude con su tarea.
Gracias a Vicky, también fuimos las primeras en regresar al pueblo, lo que no sabíamos era que también íbamos a ser las ultimas en cenar porque los demás, menos desesperados que Vicky se habían puesto a cenar en lo que se calmaba el intento de motín, así que ya sólo alcanzamos champurrado frio y tamales verdes. yo realmente tenía hambre y el diminuto tamal que me compré sólo sirvió para que me diera más hambre, pero no me animé a comprar nada extra, Vicky y Lupita sólo traían unos pesos en la bolsa y lo único que tenían reservado para comer eran 20 pesos, pensé en ofrecerles pagar por la comida, pero no quise hacerlas sentir mal por no tener dinero, cuando las conocí venían lamentándose de no tener una cámara para tomar fotos y pude ver su mirada cuando saque mi cámara, no era una mirada de odio, no, era simplemente el orgullo lastimado al recordar su condición de pobres, estas mujeres no aceptan limosnas o lo que ellas consideran como tal.
Regresamos en la madrugada al centro de Aguascalientes, nos despedimos solo con un adiós, durante el trayecto Vicky me ofreció su casa para la próxima vez que vaya, pero al final las tres tomamos diferentes caminos y no nos volveremos a ver. Me pregunto si una de ellas, o tal vez sus hijas, o las hijas de sus hijas, podrán salir del circulo de pobreza en el que están ahora, si algún día se darán cuenta de lo fuertes y valiosas que son y dejen de permitir que el mundo a su alrededor les robe lo que les pertenece.
El domingo sólo visité el Museo de la muerte e hice un recorrido más por el centro de la ciudad. La gente en general es abierta, es un lugar seguro, localista y muy tradicional: señores sombrerudos paseando por el centro, penitentes fuera de las iglesias, monjas, tiendas de discos llamadas “Discos y Cintas” centros comerciales llamados “El Parián” y (afortunadamente) ni un sólo Starbucks a la vista.
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